Translation by María Torres Valenzuela, 2011. Published at &, 2012.
He aquí algunas reflexiones de un compositor cuya obra se lleva a cabo de manera similar a la de la música descrita en los textos de la China antigua, y tal como François Jullien nos la hizo descubrir: tan similar que las descripciones de las superficies sonoras y de las estrategias en juego son intercambiables.
Podemos considerar la música como totalidad del todo sonora [Gesamtheit alles Klingenden] –, una totalidad que va mucho más allá del segmento que se refiere al hombre.
La totalidad del todo sonora es el sonar del mundo [das Klingen der Welt], y nosotros somos parte de ese sonar del mundo.
Oír esta música y escucharla, teniendo conciencia de todo aquello que no oímos y que, sin embargo, está simplemente allí, nos procura alegría, del mismo modo que la vista de un paisaje nos conmueve.
Evidentemente, esta música es magníficamente caótica, y la comparación con el paisaje es quizás discutible, probablemente porque para el hombre los actos de oír y de escuchar están ligados más fuertemente a una supervivencia primera que aquel de mirar.
Oír y escuchar hacen al hombre reencontrarse en este amenazante caos del mundo.
Pero la experiencia del mundo se presenta también enteramente cambiada. El amenazante caos del mundo se encuentra ya tan domesticado que la voluntad de esta domesticación ha devenido el amenazante caos del hombre.
El articular de los sonidos como actividad remite probablemente, en primer lugar, a un plan del acto de oír [eine Ebene des Hörens]: a un plan del acto de oír, donde el hombre a la vez oye y se escucha a sí mismo y a su propia actividad de acuerdo con ese sonar del mundo.
A la vez, de manera general y determinada, se mezcla cada sonido con el sonar del mundo, como se mezcla también la actividad de articulación de sonido con la actividad del mundo.
Con cada sonido, percibo que un lugar propio se forma, por la interacción del sonido articulado, del lugar y de mí mismo. Esta mezcla se mezcla, por así decirlo, conmigo, y siento una magnifica infinitud del sonar, a la vez superficial y densa, tal como me sentiría probablemente en medio de una selva virgen.
No existe nada que no produzca mutuamente efecto; todo en consecuencia existe en correlación.
La idea de un lugar evoca demasiado fuertemente una entidad aislada.
Cuando escucho un sonido articulado y mi sensación de ese sonido, surgen relaciones más diferentes a los seres y las cosas que yo encuentro y que se encuentran.
En interacción todo es encuentro. El espacio de mi conciencia, encontrándose con una reflexión [Spiegelung]*, me hace efectivamente encontrar este encuentro.
Podemos calificar la «representación de música» como encuentro que concierne más bien a los actos de oír y escuchar. Estas precauciones descriptivas son esenciales porque separadas entre ellas, y de todos los otros sentidos, ninguno de esos actos existe. Los seres y las cosas se encuentran, y los mundos de sus sentidos, perceptibles o no para el hombre, se fundan y se actualizan.
Sin embargo, no se trata de encontrarse (como intención). No hay ninguna función aquí, ya que esto llega de todos modos.
Del encuentro que concierne más bien a los actos de oír y de escuchar, no se trata tampoco de dar una representación, sino por el contrario, de adquirir la capacidad de encontrar, en una relación general y determinada.
Esa relación general y determinada, que operaría en una regulación global de los fenómenos de fondo común, es aquello que no permite a este encuentro sino su actualización; porque estos fenómenos emergen y realizan eficazmente como tales –y no como ideas- , para en seguida sumergirse.
Al encuentro al que conciernen más bien los actos de oír y de escuchar, no doy entonces nada, sino que actualizo relaciones a los seres y las cosas que me conciernen.
Un sonido que yo articulo es así como parte de las relaciones; es exactamente el sonido que, en este momento general y determinado, y en una relación general y determinada, puede actualizar su potencialidad.
En la ausencia de sonidos articulados, el sonar de todo encuentro [das Klingen aller Begegnung] me descompone y me hace sentir el mundo; y, en el momento de un sonido articulado como toma de conciencia [observando esta articulación], emerge el espacio de mi conciencia de lo propio del hombre: siendo mundo y observando el mundo.
Me gustaría siempre revivir este momento, en el que me vuelvo enteramente hacia las cualidades de los encuentros.
Las cualidades de los encuentros serían una indecisión de las relaciones, de donde emergería el mundo.
Allí donde el mundo emergería, el arte sería por así decir la fiesta de esa indecisión.
Me imagino cómo todo lo que me concierne se deslizaría como un sonido en el espacio y se diluiría como mundo; y, todavía acordándome allí de la presunta conquista de cumplir como creador una creación para el hombre-, encuentro la obra de François Jullien y los textos de la China antigua, cuya actualización me hace la vida más bella y provocativa.
Dian, interrogado por Confucius sobre aquello que quería hacer, si sus méritos fueran finalmente reconocidos y si pudiese desplegar todos sus talentos:
Hacia el fin de la primavera, las ropas primaverales una vez preparadas, con cinco o seis compañeros, seis o siete muchachos, nos bañaríamos en el río Yi, gozaríamos del viento sobre la terraza de las Danzas de la lluvia, para luego regresar juntos cantando.
(Elogio de lo insípido, Picquier, p. 57)
* En el original «réflexion» que, como en español, adquiere en este contexto el sentido de «lo que es reflejado», o «espejeado», cuestión que ayuda a dilucidar la palabra alemana «Spiegelung», reflejo. [N.T]
This text was originally written in French in early 2005 and published as La musique du silence, ou le «sonner» du monde, in Chine/Europe. Percussions dans la pensée. A partir du travail de François Jullien. PUF / Paris, 2005, Editors: P. Chartier / T. Marchaisse.